Era una mujer de brazos fuertes y expresión juguetona,
tenía una risa clara y contagiosa que supo soltar siempre
en el momento adecuado.
NADiE LA ViÓ LLORAR JAMÁS.
A veces le dolía el aire y la tierra que pisaba,
el sol del amanecer, la cuenca de los ojos.
Le dolía como un vértigo el recuerdo,
y como la peor amenaza, el futuro.
Despertaba a medianoche con la certidumbre de que se
partiría en dos, segura de que el dolor se la comería de golpe.
Pero apenas había luz para todos,
ella se levantaba, se ponía la risa,
se acomodaba el brillo en las pestañas,
y salía a encontrar a los demás como si los pesares la hicieran flotar.
Nadie se atrevió a compadecerla nunca.
Era tan extravagante su FORTALEZA, que la gente empezó a buscarla para pedirle ayuda.
¿Cuál era su secreto?
¿Quién amparaba sus aflicciones?
¿De dónde sacaba el talento que la mantenía erguida frente a las peores desgracias?
Hay muchas maneras de dividir a los seres humanos.
Yo los divido en los que se arrugan para arriba y los que se arrugan para abajo,
y quiero pertenecer a los primeros.
Quiero que mi cara de vieja no sea triste,
quiero tener las arrugas de la risa y llevármelas conmigo
al otro mundo.
Quién sabe lo que habrá que enfrentar allá...
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Suspiros olvidados