Quiero que sepas una cosa. Tú sabes cómo es esto: Si miro la luna de cristal, la rama roja del lento otoño en mi ventana; si toco junto al fuego la impalpable ceniza o el arrugado cuerpo de la leña; todo me lleva a ti, como si todo lo que existe: aromas, luz, metales; fueran pequeños barcos que navegan hacia las islas tuyas que me aguardan. Ahora bien, si poco a poco dejas de quererme, dejaré de quererte poco a poco. Si de pronto me olvidas, no me busques, que ya te habré olvidado. Si consideras largo y loco el viento de banderas que pasa por mi vida y te decides a dejarme a la orilla del corazón en que tengo raíces, piensa que en ese día, a esa hora, levantaré los brazos y saldrán mis raíces a buscar otra tierra. Pero si cada día, cada hora sientes que a mí estás destinada con dulzura implacable. Si cada día sube una flor a tus labios a buscarme... Ay amor mío, ay mía. En mí todo ese fuego se repite, en mí nada se apaga ni se olvida. Mi amor se nutre de tu amor, amada, y mientras vivas estará en tus brazos sin salir de los míos.
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Suspiros olvidados