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— Pero el amor también podría ser eso —dijo Gregorovius—.
Qué maravilla
estar admirando a los peces en su pecera y de golpe verlos pasar al aire libre, irse
como palomas. Una esperanza idiota, claro. Todos retrocedemos por miedo de
frotarnos la nariz contra algo desagradable.
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Suspiros olvidados