jueves, 22 de enero de 2015

Soltar

Éramos 40 desconocidos y yo. Entre un cuerpo y el otro, se filtraban los rayos de sol y un silencio expectante. Era mi primer día de formación como Coach. Y la consigna de nuestro Facilitador fue simple: Caminá libremente por el lugar. Encontrate con una persona. Parate frente a ella. Por un momento, mirala a los ojos. Y luego decile una de las siguientes frases, la que sientas: 

“Te elijo” 
“No te elijo” 
“No sé si te elijo” 

No tenía claro para qué teníamos que elegir al otro (¿como amigos? ¿como pareja? ¿como qué cosa?). Nadie nos explicó. Y tampoco importaba. A veces, la magia reside en el misterio de no saber. Acepté las reglas del juego, respiré profundo y me lancé. Y a la par de mi manada de perfectos extraños, bailé una danza intensa de amor y rechazo. A veces yo elegía al otro, y el otro no me elegía a mí. Entonces, sobrevenía un microsegundo de dolor y desencuentro. “¿Cómo que no me eligió, si yo lo estoy eligiendo? ¿Acaso no ve lo que valgo?”, pensaba indignada. A veces, el otro me elegía y algo dentro mío me llevaba, sin saber muy bien por qué, a decirle que yo no. Y recuerdo mi sensación de culpa hacia el otro. “Pobre, ¿se sentirá rechazado?”. Me costaba irme. Me quería quedar a explicarle que no era personal, que igual podíamos tomar un café, que ya iba a encontrar a alguien que sí lo eligiera, que era un ser valioso. Pero no había espacio para nada de eso. Había que buscar una nueva persona, porque el ejercicio seguía. Había que soltar, porque la vida seguía. Y en otros casos, sólo algunos casos… Sucedía la magia. Porque de repente llegaba un extraño no tan extraño. Un desconocido que tenía algo de familiar en su mirada. Y desde el más bello absurdo (porque estas cosas de lógica no tienen nada), el silencio dejaba paso a dos bocas que ya sabían lo que querían decir. Y la tarde nos escuchaba elevar al unísono un Te Elijo: Claro, alegre, de ida y vuelta. Un Te elijo mutuo, natural y fluido. Y qué lindo es sentir que ese que vos elegís, también te elige. Que cuando vos apostás, el otro también apuesta por vos. ¿Cómo no amar esos momentos? Si tenían gusto a eternidad, a “estamos vivos”, a sol de media tarde, a “juntos todo es posible”. Hoy, a dos años de aquella intensa experiencia, comprendí que los vínculos humanos funcionan exactamente igual. Por momentos, las personas nos amamos, nos elegimos, nos incluimos, nos damos la bienvenida, y nos abrazamos. Y en otros momentos, nos desterramos, nos excluimos, nos rechazamos y nos ignoramos. Como en aquel ejercicio de Coaching, a veces somos elegidos con el corazón, con el cuerpo, con locura. Y a veces, todo el amor que damos jamás será suficiente para el otro. No porque no sepamos dar, sino porque ese otro no está ahí con brazos abiertos para recibir lo que queremos ofrendarle. En este viaje increíble de regreso a mi propia vulnerabilidad, estoy aprendiendo algo clave: Hay personas que nunca te van a amar, hagas lo que hagas cualquier excusa que encuentren será motivo suficiente para alejarse. Pero también hay otras que te van a amar, a vos y a todas tus imperfecciones, no importa lo que hagas. Enterito, así tal como sos. Y van a superar cualquier obstáculo con tal de acortar distancias, de resolver diferencias, de sanar heridas, de caminar a la par tuyo. Quizá, la sabiduría reside en aprender a distinguir a estas dos clases de personas, y a desapegarnos de aquellas que no quieren jugar nuestro juego. Soltar expectativas acerca de quién debería elegirnos, y a quién deberíamos elegir. Y por fin, amigarse con el dolor de perder. Convertirnos en adultos implica danzar con fluidez este baile de conexión y desconexión con los otros. Implica aprender a tomar y soltar personas, pasados, expectativas, sueños e ilusiones. Tomar y soltar, una y otra vez. Qué intensas serían nuestras relaciones, si pudiésemos amar con todo el compromiso mientras el amor exista, y desapegarnos respetuosamente cuando lo que queda es apenas el cadáver de lo que fue. Porque a veces amamos sin compromiso, y eso no está bueno. Y a veces nos negamos a separarnos de eso que perdimos, y vivimos mirando hacia atrás, como esperando que nuestros muertos resuciten. Se ve por todos lados. Lo he visto en mí: muchos de nosotros somos sumamente obedientes. Y en un acto de lealtad al amor ausente, preferimos convivir con el dolor antes que con el vacío de no tener lo que alguna vez sí tuvimos. Porque al menos, nos queda un corazón que duele. Y eso es mejor que la nada. Tranquilo... respirá. Vos, yo y todos andamos por este viaje aprendiendo. Nadie te enseñó, no naciste con Manual de Instrucciones. Por eso hoy quiero contarte lo que estoy aprendiendo yo, y quizás te sirva en tu viaje: A veces, no soltar es morir. Y lo que nos devuelve a la vida es soltar eso mismo que alguna vez nos salvó. Soltar ese que fuimos. Soltar el que podríamos haber sido y no seremos. Soltar los sueños rotos. Soltar trabajos que no tenemos. Soltar personas que ya no están. ¿Y por qué soltar? Porque la vida, muchachos, se mira hacia adelante. Porque todo el tiempo que pases enamorado de tu espejo retrovisor, es tiempo que perdés de mirar a este que estás siendo hoy. A los que sí están caminando a la par tuyo. Y más aún, a los que todavía no conociste, y te están esperando para que brilles con esa luz propia de los que se amigan consigo mismos. Soltar para recibir lo que viene. Deshabitar el ayer, porque es una casa en la que ya no estás viviendo. Vaciarte, porque un par de puños cerrados no pueden abrazar el futuro. Honrar aquel que te trajo hasta acá (vos mismo), honrar los que caminaron con vos hasta acá, honrar tus aprendizajes. Honrar lo que podría haber sido y no fue. Y desde la fe más ciega y absoluta… y sin la más remota idea de lo que vendrá… y a la par de los miedos que duermen en la almohada de al lado… y con la ternura vulnerable de quien acepta su pasado y se abraza a su presente… regar una vez más tu jardín.

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