Con Isabel era diferente, porque había
una especie de comunión y, cuando hacíamos el amor, parecía que
cada duro hueso mío se correspondía con un blando hueco de ella, que
cada impulso mío se halaba matemáticamente con su eco receptor.
Tal para cual. Igual que cuando uno
se acostumbra a bailar con la misma pareja. Al principio,
a cada movimiento corresponde una réplica: después,
la réplica corresponde a cada pensamiento.
Uno solo es el que piensa, pero son los dos cuerpos los que hacen la figura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Suspiros olvidados